Las personas no somos conscientes de que el enojo que dirigimos hacia el exterior nos retiene en un nivel interno tan tóxico que con el tiempo irá aniquilando todo cuanto hemos construido, y no permitirá construir nada nuevo, sano ni virtuoso. Todo estará viciado y nublado por la ira.
El problema no es el enojo (a veces es un impulso que aparece), el problema es permanecer en el resentimiento permanente que nos debilita . Solo nosotros somos los responsables de cómo respondemos a los estímulos o “agresiones” externas. Cuando estamos enojados y desbordados desde hace mucho tiempo, nos escondemos detrás de la negación, resistiendo al cambio y atrapados en patrones destructivos que no nos deja evolucionar.
Debemos dejar de culpar a la vida y aceptar el compromiso por las propias acciones, sentimientos y creencias. Si decidimos victimizarnos y proyectar la causa y responsabilidad fuera de nosotros, permaneceremos en la clásica actitud del incapaz e impotente .
Justificamos nuestras actuaciones pontificando que nuestra verdad es la única y por ende limitando nuestras posibilidades de escuchar, considerar otras opciones , avanzar y evolucionar.
El enojo es la impotencia de perder control y mesura ante circunstancias externas que nos
desbordan. Para trascender estas emociones tan limitantes y dañinas para nuestro organismo y nuestra vida, trabajemos el perdón hacia nosotros mismos y luego la aceptación, la escucha activa y la tolerancia .
Eso nos encamina hacia un nuevo nivel de entendimiento y conciencia para poder medir si lo que consideramos agravios no son solamente juicios e inferencias nuestras. Al bien comprender de qué se trata, la respuesta se encamina a enfocar en la despersonalización de los conflictos, salimos del enojo y comenzamos a construir desde el compromiso y el acuerdo.
El enojo s un lugar en el que se esconde el niño que no quiere admitir.